lunes, 5 de enero de 2009

Una misión, una hora, una cara, un solo tiro

Trabajo en un edificio cutre, en una zona de oficinas cutre. Ya lo he dicho en algún momento. Pero con el tiempo, he encontrado, como no, la belleza en algunos detalles de este entorno: el olor de los Semper videms cuando salgo por la tarde (a la izquierda de mi paseo); las golondrinas del edificio de enfrente (en verano); una preciosísima bicicleta de estilo retro que aparcan en una señal de tráfico cercana (a la derecha de mi paseo); y también, la intimidad oscura de la escalera del parking por donde accedo (y des-accedo) todos los días a la empresa donde trabajo. Una intimidad uterina y fantástica que me seduce. Estos detalles paisajísticos son un gratinado de felicidad que me calientan el alma todos los días. Es la guerra perdida de la cutrez, contra los eficaces arroyos de vida asimétrica y espontánea.

Pero no todo es triunfo, hay una batalla que todos los días, sistemáticamente, pierdo… La entrada a las escaleras del parking. Según se penetra en la oscuridad umbría de las escaleras, cuando más aislado se va sintiendo uno, acogido por el anonimato de lo negro, aparece dañinamente una lámpara de pared que ha perdido su plafón difusor, y punzonea con un brillo cegador, ensordecedor, mis ojos. Es un paso inesquivable, que dura poco, pero es tan intenso, que logra romper el sueño creado.

Llevaba ya unas semanas planeando una operación de eliminación. Ya estaba decidido. La operación militar comenzó subiendo a mi trastero, que es como un arsenal nuclear. Al poco, salí muy satisfecho de mi polvorín, armado con un bote de espray de pintura verde. Un arma silenciosa y letal. Hoy era el día "D", las 7:30 AM, la hora "H", y la lámpara nº cero del parking, el sitio "S". Venía en el coche hoy concentrado. Con mi bote de espray verde metido en una bolsa dentro de mi maletín. Todo muy profesional. Me he encendido el radio-CD del coche en el modo de entrada auxiliar, que es por donde conecto mi iPod todos los días. Pero hoy no era "todoslosdías", hoy era el día "D", así que he dejado encendido el radio-CD, pero no he encendido el iPod. Sólo se oía el siseo tranquilo del amplificador, al que hoy he prestado una atención especial. Especial y prolongada. Es te era el ruido que se escuchaba al principio y al final de una cinta de casette. Me viene ahora a la memoria con una intensidad brutal. Me recuerdo de pequeño escuchando el radiocasette, sentado, atento a ese sonido premonitorio del comienzo de un cuento, pendiente de su inminente final, o unas canciones. Me pregunto mientras conduzco si mi vida se acaba, o si empieza, de si este sonido es el final de mi "cara A", o el de mi "cara B". De pronto es, como si este sonido misterioso hubiera conjurado por sí mismo la voluntad del Destino para cerrar algo.
Hoy sé que ese ruido tiene nombre: se llama "ruido blanco", me lo contó en la universidad un amigo que hacía la especialidad de Imagen y Sonido. Tiene un espectro plano, con la misma densidad de potencia en todas las frecuencias, lo cual lo hace ideal para modelar un sistema. Se mete ruido blanco en el sistema, y la "sombra" que proyecta el sistema queda impresa visiblemente en este espectro a la salida.

Hace poco vi en la tienda de iTunes un programa para el iPhone que lo único que hacía era generar ruido blanco, rosa, azul, y alguno más. Al parecer se le atribuye algún tipo de poder relajante y soporífero. Por el contrario, en mí estaba produciendo un efecto más bien místico. Al pensar que podía estar acabando mi vida (el final de mi "cara B"), empecé a sentir todo mi cuerpo, con mucha consciencia. Qué paradoja, ¿verdad?, sentirse vivo en los prolegómenos de la muerte. El contacto de mi tobillo con una de las paredes interiores del coche me hizo recordar que había leído algo sobre la ingeniería háptica. Háptica viene del griego Haptai, y significa contacto. Lo háptico es, por tanto, todo lo relacionado al tacto y las sensaciones que éste produce. Lo háptico es muy importante. Lo sé porque se escribe con "h", que es una teoría de Jardiel Poncela, que expone en su libro "Amor se escribe sin hache". En esta obra mantiene que todas las cosas importantes se escriben con hache, como hombre, hijo, honra, hambre, heróico…, háptico.

Lo de "heróico" me ha devuelto a la realidad. Yo hoy tenía una misión, la hora "H" llegaba (que también se escribe con hache). De hecho, ya había aparcado y llevaba unos minutos sumergido en estos pensamientos sin darme cuenta de el tiempo corría implacable, sin esperar a que yo cumpliera mi plan. Me acordé entonces de una frase de la última película de James Bond, Quantum of Solace. Bond aconsejaba a una pre-homicida de cómo debía de realizar su ejecución: "un solo disparo, ninguno más". Así lo haría yo, un solo disparo.

9 diciembre de 2008

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