Llevo un
tiempo paralizada, con las manos atadas, como si hubiera ingerido un veneno que
hubiera creado ataduras invisibles que ahora envuelven mis manos y me impiden escribir
y dibujar.
En
realidad las cuerdas están en mi mente, y los nudos que crean son mágicos y no
consigo tirar de los cabos adecuados para desenredar el manojo que me ata.
Es una
situación extraña, siempre la califico de pasajera, porque desde que tomé
conciencia de ella me dije a mi misma que el paso del tiempo acabaría borrándola
del mapa, de mi mapa, pero el tiempo pasa y aunque la sensación de las ataduras
es más ligera, no termina de desaparecer del todo.
He
buscado, y encontrado, numerosas justificaciones a su existencia, pero ninguna
con el peso suficiente para que me resulte convincente. Me levanto con ella por
la mañana y me acompaña a lo largo del día hasta que me acuesto por la noche.
Me hace reflexionar a veces, aunque nunca con la profundidad que el asunto se
merece. Se ha convertido en una compañera no deseada que no me deja a solas ni
un minuto.
Sin embargo, estoy decidida a hacerla desaparecer. Voy a comenzar
asustándola con las láminas del kamishibai que voy a preparar para La sopa de
Alba, para lo que pretendo ponerme manos a la obra en los próximos días. Ensayaré
los teatritos preparando un par de historias más, y después seguiré con la
programación de las presentaciones en las librerías que han mostrado interés
por mi libro. También terminaré de leer El libro de los amores ridículos de
Milan Kundera, y ¡por fín! Acabaré el álbum de viaje de Sri Lanca de octubre de
2014.
También
me gustaría preparar algo especial para las fechas navideñas, pero iré poco a
poco cerrando asuntos, evitando la confusión que me genera tanto ruido y
termina por paralizarme.
Espero
en breve, ir poniendo ciertas cosas en su sitio.
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