miércoles, 10 de octubre de 2007

El surtidor

No puedo evitar dejar constancia del correo que me envió reozen el lunes pasado.
Ahí va:

Hoy he echado gasolina. He aprovechado que es lunes, porque los lunes hay menos tráfico, y el retraso que acumulo al echar gasolina no se multiplica horriblemente. Ya se sabe, sales 5 minutos más tarde y llegas al trabajo 5x3 minutos más tarde.

Así que, después de colgar el boquerrel y pagar, me he vuelto a incorporar a mi trayecto habitual. La misma oscuridad de las 6:30 de la mañana, el mismo frescor, los mismos sonidos, los mismos coches con sus mismas luces... Pero algo no era habitual. Notaba una presencia extraña en el coche, como si hubiera alguien más. Esto no es posible, claro está, pero el caso es que había algo.

Al final he localizado la fuente de mi desconcierto: mis manos.

Alguien en la gasolinera, antes que yo, había utilizado el mismo surtidor de gasolina con las manos saturadas de colonia; y yo me había convertido en un involuntario depositario de esta generosa donación anónima.
Al principio no he sabido si el donante era hombre o mujer. Confieso que pensé en una mujer (quizás por ser yo hombre, y desearlo así), pero luego he concluido que debía de tratarse de un varón. Sólo los hombres se echan colonia en las manos profusamente para luego aplicársela por la cara y mirarse al espejo poniendo un fruncidito en la boca. Ese es un ritual exclusivamente masculino.
Sí, estaba claro, el que había cogido ese boquerrel se había desparramado colonia a tutiplén en las manos, así que debía de ser varón.
Este pensamiento en realidad ha sido rápido, no ha durado mucho. Quiero decir que, el olor ha producido otro efecto más fuerte que el pensamiento analítico.
Ha sucedido lo que suele suceder con los olores conocidos, me ha transportado.
He empezado a identificar muy lejanamente la procedencia de este pasajero. He visto infancia, he visto mi colegio, he visto a más niños, a profesores ...
También he recordado sensaciones dormidas de aquella época en la que estudiaba las fanerógamas, y el Renacimiento. Los recreos con el bocadillo untado de mantequilla, el chorizo de Pamplona y el foigrás.
Al final nada concreto. Ninguna cara ha aparecido, ni siquiera una situación especial. Aunque todo ha sido especial.

Ayer leí que el olfato es decenas de veces más sensible que el sentido del gusto. No me cabe duda. Pocas veces un sabor te transporta con tanta facilidad a otros tiempos y a otros sitios.
Yo, por si acaso, ya me he lavado las manos, es lunes y hay grandes cosas que conseguir hoy.

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